La fatiga por compasión llega a los abogados que trabajan por el derecho animal
Sobre los colectivos de cuidado de los animales pesa el yugo de la falta de empatía, apoyo social o legal, lo que acaba en índices de riesgo de suicidio que llegan a triplicar los de la sociedad en general. Los abogados no están ajenos y, por primera vez, hablan de reconocer la carga emocional que soportan. La etóloga Paula Calvo da las pautas para prevenir este síndrome en las fases iniciales antes de que los efectos en la mente sean ya irreversibles.
Por Emer IGLESIAS
La prevención es la mejor forma de evitar que la extenuación emocional o física ante la reiterada exposición a eventos traumáticos, lo que se conoce como fatiga por compasión, se haga presente en el mundo relacionado con los animales.
Según la etóloga y antrozoóloga Paula Calvo, investigadora de la Cátedra Animales y Sociedad de la URJC, el principal yugo que pesa sobre los colectivos dedicados al cuidado de los animales es que no se empatiza con ellos. “El poco apoyo legal y la falta de reconocimiento social están muy presentes en estos colectivos por lo que no va a haber fin de este síndrome, aunque sí podemos mitigarlo”, indica la doctora a LADRIDOS.
En una sociedad en la que los índices de maltrato animal no cesan, sale casi gratuito el abandono de perros o las consecuencias legales para estos individuos son ridículas, “cuando somos conscientes de que podemos caer en fatiga por compasión lo primero es la prevención, formarnos, ser conscientes de que estamos en este entorno, cuidarnos, revisarnos, buscar ayuda en nuestro entorno social próximo, pero sobre todo en profesionales”, matiza Paula Calvo. Un caldo de cultivo para que este síndrome acabe en tragedias como el suicidio, es que las personas implicadas se dan cuenta demasiado tarde de que sufren una extenuación emocional.
Fases
La fatiga por compasión, síndrome muy investigado en la Cátedra Animales y Sociedad de la Universidad Rey Juan Carlos, pasa por cuatro fases bien diferenciadas: comienza por la fanática, aquella en la que el individuo que trabaja con otros animales saca el tiempo de todas partes y dedica numerosas horas a este quehacer; en la segunda, denominada por los investigadores de irritabilidad, los afectados se empiezan a agotar emocionalmente por todo lo que ven, está muy susceptibles, cualquier cosa les hace enfadar. Cuando todo continúa sin ningún cambio ni se recibe ayuda, se llega a la fase de aislamiento, en la que todo molesta, el individuo que trabaja con otros animales ya no quiere actuar con los demás en ningún entorno, ni de animales, ni de familia ni social.
La última fase, la más irreversible y donde saltan todas las alarmas, es la zombie, en la que si no se pone remedio las consecuencias suelen ser trágicas.
“Antes de que la fatiga por compasión llegue a su fase zombie donde la desconexión es total, la apatía o la ira se apodera de la persona que ya funciona de forma automática pero no conecta con nada, ni con animales ni con individuos, y puede estar cayendo en depresión, es muy importante que en las fases iniciales, al mínimo síntoma, se usen las herramientas de que disponemos para que no sea demasiado tarde”, aconseja la doctora Calvo.
En esta fase, la pérdida del control puede llevar a negligencias graves, “como cuidador si no te cuidas no vas a poder cuidar, y se llega al punto de caer en un pozo en el que no pueden ayudarnos”.
Según estudios realizados en la Cátedra, la fatiga por compasión “está superpresente en los entornos del cuidado de otros animales, como veterinarios, refugios, rescate... pero no se tiene conciencia de ello. Más que un riesgo es el enemigo invisible que está siempre sobrevolando las cabezas de los que nos dedicamos a este sector”, relata la etóloga.
“Los colectivos que día a día están expuestos a estas situaciones deben tener revisiones para ver si están cayendo en fatiga por compasión, hay un sencillo test que si se realiza de la forma más honesta posible, cada mes por ejemplo, puede decir en qué fase se está, alertar del riesgo y evitar darse cuenta demasiado tarde”, recomienda la investigadora de la URJC.
Junto a estar rodeados de maltrato animal en niveles altos, la falta de una legislación firme propicia este síndrome entre estos colectivos.
“Parte de lo que lleva a sufrir fatiga por compasión es la impotencia que se siente. Rotundamente no solo haría falta una legislación más potente, también es necesario que se aplique con rotundidad, que no hay sensación de impunidad. La justicia en general es lenta, las normativas van detrás de las necesidades sociales. La sensación de que por abandonar o maltratar a un animal no pasa nada, desquicia a todas las personas que nos dedicamos al cuidado de otros animales”.
DEFENSA DE LOS ANIMALES
Laila García Aliaga, de la comisión de derechos humanos y animales de la Jove Advocacia de Catalunya, ha abierto la caja de los truenos al avisar del riesgo de sufrir fatiga por compasión entre los abogados que se dedican a la defensa de los animales.
“Las personas que nos dedicamos a ella no solo enfrentamos la carga de gestionar casos de maltrato y explotación animal, así como la de la lentitud de la justicia (que puede no llegar a tiempo para salvar la vida de un animal), sino también la de acompañar a nuestra clientela, que a menudo llega con historias de sufrimiento personal”, señala en abogacia.es.
Entre los desafíos que intensifican el riesgo de fatiga por compasión en su colectivo García Aliaga indica “la exposición al sufrimiento animal; el dolor emocional de sus clientes; la frustración por las limitaciones del sistema legal; la carga de trabajo elevada y los recursos limitados, así como la confrontación social y cultural”.
Como estrategias la abogada señala “establecer límites emocionales claros; practicar el autocuidado; formar una red de apoyo profesional, gestionar las expectativas con las clientas, celebrar los pequeños logros y buscar información continua”.
Y pide al sistema judicial que reconozca el impacto emocional sobre las profesionales que luchamos en este ámbito, e instituya programas de apoyo psicológico para las abogadas. Porque, al final, la justicia no solo depende de las leyes, sino también del bienestar de quienes luchan para que se cumplan.
(Páginas 6 y 7)
Veterinaria: una profesión envuelta en estrés