Ladridos de película
Si ponemos un perrete en cualquier contexto, el contexto mejora. Es una verdad irrefutable, como demuestran la afluencia de besos caninos en las campañas electorales, o que para los presidentes americanos sea obligatorio tener mascota. Cuando Hitchcock dijo aquello de no “trabajéis con niños ni animales” reveló el fondo de su alma negra. Los asesores ponen a los políticos a besar perros y niños porque saben que ahí reside el secreto último para reblandecer corazones, la encarnación de una suerte de constructo sentimental que genera, más o menos, consenso.
Por Anxo F. COUCEIRO
El arte ama a los niños desde la Ilustración, período que empezó a dignificar la infancia con el halo poético que se merece; y con los perros pasa otro tanto, porque sólo una sociedad lo bastante sensible como para ver en los niños algo más que pequeños salvajes puede apreciar la feroz ternura de un labrador. Así, Velázquez con el pastor alemán cansado de las Meninas o ese pintor barroco desconocido que nos legó el famoso “Enano con un perro”, donde el segundo era más grande que el primero. Todo clásicos. Pero ¿qué pasa con el cine? Repasemos algunos de los ladridos más emblemáticos del séptimo arte.
Rin Tin Tin
Al buen y bravo Rin Tin Tin podemos culparlo de dos cosas: de haber consolidado al perro como una estrella cinematográfica de potencial equiparable al de cualquier humano (para enfado del sindicato de actores y lucrativo provecho de los adiestradores caninos), y de agitar, como si una coctelera fuese, la cabecita de algunas personas despistadas que siempre recurren a él cuando quieren denunciar el tonito sarcástico de su interlocutor, olvidándose, por arte de magia. de la existencia de la palabra “retintín”. Este pastor alemán protagonizó catorce películas y una longeva serie de televisión.
Lassie
Creada originalmente por el escritor británico Eric Knight, la perrita Lassie no tardaría en dar el salto a la pantalla y continuar los pasos de Rin Tin Tin como animal franquiciado. Su garbo escocés, esa elegancia collie propia de la raza, se conjugaba con su valentía ilimitada, de la que pudieron gozar numerosos niños en apuros. La primera de ellas fue una jovencísima Elizabeth Taylor, protagonista de la primera película de la saga, titulada en España La cadena invisible. A ésta le seguirían otras siete películas y cinco series de televisión, dos de ellas animadas.
Totó de El mago de Oz
El responsable de que la frase “ya no estamos en Kansas” haya trascendido a la cultura popular como sinónimo de la inquietud que precede a la aventura. Terry, nombre real del Cairn Terrier negro que acompañó a Judy Garland en El Mago de Oz, fue todo un veterano de los platós hollywoodienses. Sus facciones de peluche fueron encuadradas por maestros de la cámara como Fritz Lang o Cecil B. DeMille. Su fama fue tal que llegó a publicar un libro (asistido por Willard Carroll) de título tal vez demasiado explicativo, Yo, Totó, la autobiografía de Terry, el perro que fue Totó.
Perdita de 101 dálmatas
Escogemos a Perdita porque tiene nombre de femme fatale, y a las femme fatales hay que promocionarlas siempre, pero cualquier otro de los miembros de su pulgosa familia podría compartir trono con ella. Gracias a 101 dálmatas, Disney puso en circulación mental para todos nosotros a esta raza de encanto moteado. Su fábula animalista de corte familiar contaría con una reencarnación en imagen real más bien olvidable, pese al esfuerzo de Glenn Close como villana operística.
Bruno de La Criatura
Eloy de la Iglesia, cuyo cine no rehuía jamás el debate ni la polémica, es más recordado por sus delincuentes heroinómanos, sus diputados homosexuales o sus guardias civiles traficantes, pero todo el mundo parece haber olvidado La Criatura. Rodada en 1977, la película emparejaba románticamente a Ana Belén con un pastor alemán negro, que ejercía sobre ella la influencia tóxica de una ausencia reencarnada perversamente. Con el recién agotado franquismo como telón de fondo, esta cinta sobre traumas silenciados e intimidad lúgubre merece mejor recuerdo, sobre todo por haber servido como precedente para la más celebrada Max, mon amour, de 1986.
Cujo
Esta adaptación de la novela de Stephen King sobre un San Bernardo asesino mejora con los años. Sus aciertos de puesta en escena (que los tiene, y muchos) se han confirmado, y sus ridiculeces (que las tiene, y muchas) se han convertido en kitch.
Beethoven
Este San Bernardo fue uno de los grandes protagonistas del cine familiar de los 90, repleto de bebés parlantes y otros estropicios de la época. Tampoco hay mucho bueno que decir de Beethoven, epítome de mediocridad peluda al que ni siquiera salvó la participación de John Hughes en el guión.
Verdell de Mejor Imposible
Al misántropo encarnado por Jack Nicholson en Mejor Imposible le repugnaba la idea de encontrar el amor, pero un pequeño grifón de Bruselas, raza de carácter vivaracho y aspecto simiesco, fue capaz de darle sus primeras lecciones de empatía. Ponga un Verdell en su vida y su Trastorno Obsesivo Compulsivo mejorará notablemente.
Coloso de Van Wilder: animal party
Antes de que Ryan Reynolds estabilizara su facha de pícaro en el mundo del blockbuster superheroico, contribuyó a revitalizar la escuela cómica del National Lampoon con una comedia universitaria que recogía la herencia de clásicos como Desmadre a la americana y la conectaba con las comedias escatológicas de moda en aquel momento, tipo American Pie. El resultado es una transgresión menor que nos dejó, sin embargo, una secuencia inolvidable que podría haber filmado el mismísimo John Waters, donde Coloso, el bulldog inglés del protagonista, demuestra sus habilidades en la nouvelle cuisine aportando el cremoso relleno de unos bollos con efluvios internos.
Hachiko
¿Quién no ha escuchado alguna vez la historia de un perro que, muerto el amo, se pasa el resto de su vida esperándolo? Basada en una conmovedora historia real, este noble ejemplar de raza akita fue llevado al cine en dos ocasiones: la primera, en 1987, a manos de Seijiro Koyama; y la segunda en 2009, con Richard Gere de protagonista.