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Abril se cruzó en el camino de Puri y ahora son inseparables

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La ley de sacrificio cero ha saturado al centro de protección de animales de Madrid. La adopción es su única esperanza.

 

Por Puri BELTRÁN

  

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Trece. Unos ojos negros y pizpiretos bajo una maraña de pelo blanco saltando tras los barrotes. Fue la primera vez que lo vi. La celda trece, del mismo tamaño que todas las del Centro de Protección Animal del Ayuntamiento de Madrid destinadas a los perros en adopción, pero la única que se cruzaría en mi camino para cambiar mi rutina y mi vida.

Quizá la dirección tenga algo de premonitorio, Carretera Barrio de la Fortuna 33, un edificio dedicado a la protección y salvaguardia del bienestar animal. Se encargan de la recogida y atención de animales perdidos, abandonados o vagabundos hasta que sean recuperados por sus dueños o dados en adopción. En 2018 estuvo al 105 por ciento de su capacidad ya que ese año un total de 138.000 gatos y perros fueron abandonados en España
Es un edificio grande, ajardinado con aparcamiento para coches y con una zona para gatos y otra para perros. También disponen de quirófano e incluso “Estamos preparados para recibir caballos, alguno ha entrado, hace tiempo que no”, cuenta Elena Repullo, veterinaria con más de treinta años de profesión a sus espaldas y jefa de Unidad Animales potencialmente peligrosos en el Ayuntamiento de Madrid, fue mi guía y me condujo hasta Abril, un perro de unos 7 kilos de peso que había sido encontrado en el mes de enero.

-¿Cuánto tiempo tiene? -Es un cachorro aún, tiene 7 meses. Atravesamos un pasillo entre estruendosos y distintos ladridos, unos más graves y otros más agudos, ninguno igual… fue la fila de la llamada, una hilera de celdas con perros distintos, de tamaño, de color, de peso, un número los representaba. No dejaba de pensar en la historia de cada uno y en su destino común, todos esperando encontrar una familia, un compañero que cambie sus días. 
Cuando una realiza este tipo de visitas, de entrada piensa que es el humano el que salvará al perro de un destino ingrato, pero es justo al contrario. Son ellos los que a través de un esto, una caricia, una mirada, te eligen a ti y te cambian la vida para siempre. Es algo dificilísimo de explicar, relacionado con el afecto. ¿Por qué queremos a quien queremos? Ponte a explicarlo. Es lo que me sucedió. “La vida con animales es más vida”.

-¿Cuántas veces los sacan? - Hay un equipo de voluntarios que acompañan y pasean a los perros hasta que encuentran un hogar.
Era sábado. A unos metros de ese pasillo de auxilio hay otra zona de animales difícilmente adoptables por su tamaño, su edad, su salud o su mala suerte. La llamada ley de sacrificio cero fue aprobada en la Asamblea de Madrid el 14 de julio de 2016 con el voto a favor de todos los grupos políticos, cumpliéndose de esta manera el compromiso electoral de Cristina Cifuentes y la Iniciativa Legislativa Popular promovida por la protectora de animales El Refugio. Me di cuenta de que había animales que terminarían sus días de vida allí y me invadió una terrible y profunda tristeza

A lo lejos pude observar a dos voluntarios, su labor, proporcionar minutos de movilidad y alegría a los perros allí reunidos, a algunos los verán por muchos años.

-¿Y se pasa el día aquí? -Es muy bueno. 

En 2016 el centro de Protección Animal del Ayuntamiento de Madrid acogió a 2.400 perros de los cuales 1.115 fueron adoptados y 900 devueltos a sus dueños después de haber sido adoptados.
Las adopciones de animales han crecido en Madrid un 23 por ciento con respecto a 2019 durante enero y septiembre de 2020, los meses centrales de la pandemia. Ojalá siga incrementándose esa cifra y es que esta situación nos ha traído días muy duros en lo sanitario, en lo social, en lo económico y en lo afectivo, pero entre las ínfimas ventajas se nos ha devuelto a las casas y nos ha ofrecido la posibilidad de cuidar animales y ser cuidados.
Abril, antes de ser Abril, miraba y saltaba al otro lado de los barrotes sin dejarse intimidar por los abundantes ladridos de sus vecinos de celda, dos perros de gran tamaño a izquierda y derecha competían por acaparar mi atención pero ya era tarde: él me había elegido y no había vuelta atrás… Tuve que esperar unos días puesto que el perro había llegado con Chip al centro hacía ya meses y había que seguir paso a paso lo que la ley marca. Llamar a los propietarios en repetidas ocasiones, mandarles una carta certificada por correo y si después de todo eso no hay respuesta, publicarlo en el BOCAM.
Otra veterinaria habló conmigo dentro de las instalaciones. Me entrevistó y me emplazó a pedir cita. La siguiente vez que lo vi también era sábado y se tiró a mis piernas sin desconfianza. Dentro del edificio un cartel ya me advertía que la adopción cambiaría mi vida, pero en ese momento no sabía hasta qué punto. El perro me fue entregado con las vacunas y pruebas correspondientes. Rellené los formularios con la ayuda de Aída que me dio las pautas sobre la comida y los cuidados, una atenta veterinaria.

Actitud protectora

La vuelta a casa fue muy alegre. Me acordé de cuando tenía nueve años y mi padre apareció con Perla en casa, también llegaron en coche, una perra que me acompañó en mi niñez, mi sarampión, la selectividad, mi adolescencia, la universidad y mi primer trabajo en la radio hasta los 22 años de edad. Hoy, ya sin mi padre, Abril entró en el coche, sentado en el suelo en la parte delantera del asiento del copiloto y se portó muy bien. Abril ahora atiende a mi llamada, me acompaña en mis horas de teletrabajo y me alegra los días mientras paseamos por Madrid Río. Aún se está adaptando al pienso y se sacude cuando le echo colonia de perro. No le gusta el pan, pero se relame de gusto por el jamón serrano. Le gusta una perra pomerania que sale al parque a la misma hora que él.

Ocupa mi esterilla de yoga. No ronca, respira fuerte. Duerme en la entrada de la casa, como si me protegiera, es el sitio que eligió para pasar las noches. A las siete y cinco de la mañana llora en la puerta de mi cuarto y sabe que después del ruido de la cafetera viene el paseo. Le gustan los niños, se tira a por las palomas que hay en el río, le ladra a los patos. Se ha hecho amigo de uno de los conserjes y viene a comprar el pan cada mañana al Café de la Riviere, un lugar dogfriendly con unas empanadillas insuperables. Ha mordido las zapatillas de estar por casa, intuye cuándo me voy a ir a una reunión. Es como si me conociera de toda la vida. Abril llegó a mi vida en este mes y su nombre me lo recuerda cada día desde entonces. Somos familia. Sólo después de una adopción puedes entenderlo, solo después puedes decir desde la experiencia “Adopta, no compres”.

 

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