Los desastres estimulan a los perros a entrenar
El estrés que pueden sufrir los canes de rescate tras acudir a catástrofes es una preocupación creciente de los guías. Investigadores de las Universidades de Pensilvania y Nueva York han seguido a 95 perros desplegados el 11-S durante toda su vida, hasta que murió el último, para testar estos efectos.
Por Carlos XESTAL
Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 han marcado un antes y un después en el mundo, también en los perros. Muchos canes trabajaron buscando supervivientes en jornadas agotadoras contra reloj enfrentándose a un suceso de dimensiones nunca antes visto. Los investigadores, que han seguido la vida de 95 de estos estos canes durante 15 años, hasta que falleció el último, han descubierto que su capacidad de entrenamiento creció en los años posteriores al ataque.
Los perros de búsqueda y rescate (SAR) a menudo trabajan en entornos que podrían estar asociados con el estrés, por lo que los investigadores consideraron fundamental comprender el impacto que estas experiencias tienen en el bienestar médico y conductual posterior a su despliegue.
El equipo de estudiosos comandado por Elizabeth Hare, del Centro Veterinario de Perros de Trabajo de la Facultad de Medicina Veterinaria, Universidad de Pensilvania, Filadelfia, EE UU, se puso manos a la obra y decidió realizar un estudio longitudinal de esta población SAR. Su propósito fue utilizar los datos completos de seguimiento de por vida de los perros SAR que respondieron a los ataques del 11 de septiembre de 2001 para preguntar si este despliegue tuvo un impacto a largo plazo en comparación con perros SAR no desplegados en el atentado. Para ello, se recopilaron datos anualmente sobre 150 perros (95 desplegados y 55 no desplegados) durante un período de 15 años desde 2001 hasta que el último perro murió en 2016.
“Lo que hemos hecho es seguir a una cohorte de perros de búsqueda y rescate (SAR) que respondieron a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y a una cohorte de perros SAR que no se desplegaron en ese evento a lo largo de sus vidas para evaluar los efectos en la salud y el comportamiento de este despliegue”, indica la investigadora.
El objetivo de su estudio partía del interrogante frecuente entre colectivos que trabajan con perros de búsqueda y rescate: ¿Cambia el comportamiento del perro de trabajo como resultado de la exposición a situaciones estresantes?
Tras el seguimiento exhaustivo de todos los perros a lo largo de su vida, y un análisis posterior de todos los datos recabados que duró más tres años, la investigación concluye que “No hubo ningún efecto del estado de despliegue en ninguno de los ítems utilizados, excepto que los perros desplegados tenían mayor capacidad de entrenamiento”.
Al parecer la capacidad de entrenamiento se mantuvo estable durante unos cuatro años y luego disminuyó de manera constante con la edad igual que sucede en cualquier perro con el paso de los años.
“Estos hallazgos sugieren que el comportamiento de los perros SAR a largo plazo puede ser resistente a experiencias muy estresantes”, matizan los veterinarios
Aunque estos resultados puedan parecer de sentido común, lo cierto es que, hasta ahora, no se había realizado ningún estudio longitudinal sobre este tipo de perros. (Un estudio longitudinal es el que investiga al mismo grupo, en este caso de perros, de manera repetida durante un periodo largo de tiempo a través de investigaciones científicas que requieren el manejo de datos estadísticos).
“Ha habido pocos estudios longitudinales sobre el comportamiento de los perros adultos y menos aún sobre el comportamiento de los perros de trabajo. La mayoría de estos estudios que utilizan el C-BARQ, (prueba que se desarrolló en esta investigación), se diseñaron para evaluar la repetibilidad de la prueba a lo largo del tiempo en lugar de caracterizar cómo cambia el comportamiento longitudinalmente”, matizan.
Los estudios realizados, hasta ahora de los efectos a corto plazo del estrés en el comportamiento de los perros de trabajo, indican que se pueden detectar efectos en el comportamiento, pero se necesitaban más investigaciones para determinar si estos cambios persisten más tiempo que el episodio de prueba y si tienen impactos a largo plazo en el comportamiento de los perros.
Durante los 15 años que ha durado esta investigación se han publicado tres análisis de conjuntos de datos parciales: un estudio de los primeros ocho meses de recopilación de datos (Otto et al., 2004), un estudio de patología médica y toxicología de los cinco años siguientes (Fitzgerald et al., 2008), y un estudio de registros médicos y serología anual y química sanguínea a los ocho años de los ataques. (Otto et al., 2009).
De los 95 perros que se desplegaron en los ataques seguidos longitudinalmente por los investigadores de Pensilvania, 60 fueron enviados al World Trade Center, 23 al Pentágono y 12 al apoyo sanitario de Staten Island por una duración media de 10, 12 y siete días respectivamente. Su recolección de datos comenzó en octubre de 2001, un mes después de los atentados, y duró hasta 2016 cuando murió el participante final.
Del total de los perros estudiados, los 95 que trabajaron en la catástrofe y los 35 que no, el 43% eran hembras y el 57% machos. En cuanto a su nivel de preparación, en el primer año un total de 64 fueron certificados por FEMA (43%), 80 fueron certificados por otras agencias (53%) y 6 tenían datos de certificación faltantes (4%). De los perros certificados por FEMA, 33 tenían entrenamiento de nivel básico y 31 tenían entrenamiento de nivel avanzado.
La raza pastor alemán, con 30 ejemplares, fue la que dominó entre los perros que trabajaron, seguida de los labradores, 28; el perdiguero de oro, 12; mestizos, 8; el border collie, 7; el pastor australiano, 4, y springer spaniel inglés, beauceron, pastor belga tervuren, dóberman, schnauzer gigante y rotwweiler con un ejemplar de cada uno.
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