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¿Por qué un perro de ciudad no se adapta a la vida del pueblo?

 

En la actual época de confinamiento, cierres perimetrales y restricciones de movilidad, una de las cosas que ha traído esta pandemia a nuestras vidas es precisamente los desplazamientos de los hogares. Los entornos rurales, que llevan soportando una fuerte despoblación desde hace más de 30 años, se han convertido de la noche a la mañana en idílicos para familias que, apoyadas por el teletrabajo, buscan huir de aglomeraciones y vivir en contacto directo con la naturaleza. A diferencia de lo que puede parecer obvio, a los perros les cuesta adaptarse a estos nuevos hábitats y en algunos pueblos de nuestro país comienzan a ser un problema.

Por Óscar REKALDE

 

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Si los instintos naturales del perro le llevan a retozar y jugar cuando se le presenta un campo abierto ante sus ojos, ¿por qué tienen problemas cuando sale de la ciudad y va a vivir a un pueblo, tenga la edad que tenga?

Empecemos por el principio. Cuando nuestro perro llegó a casa, ya sea desde una protectora, de la calle, de un criador, de una tienda de mascotas o de otra casa donde, por la razón que fuera, ya no podía continuar, se adaptó, rápido o lento, a nosotros, a nuestro estilo de vida, a vivir entre humanos, a tener una referencia para todo.

Tanto si llegó de cachorro o de adulto, su forma de “pensar” y de actuar se moldeó para hacernos felices. No olvidemos que los perros son sociables y casi su primer instinto es agradar a su dueño. Su mayor felicidad es vernos entrar por la puerta de casa, pero también coger la correa y bajar a la calle.

Sus salidas y paseos están más o menos tasados, la mayoría tres veces al día, y deben ir siempre atados de una correa que les dirige su vida nada tranquila entre coches, aceras, gentío, ruidos, asfalto, y una mezcla ingente de olores que los estresa más que relaja.

Los más afortunados, de vez en cuando van a parques caninos donde socializan con otros de su especie, en un entorno cerrado y controlado. Cuando los dueños tienen tiempo, o días libres, las mascotas son premiadas con salidas al campo o a lugares amplios donde correr y esparcirse. Si el dueño es deportista, es probable que salga con él a correr o hacer alguna actividad física, o incluso puede que vayan juntos a practicar una disciplina canina como agility, IGP, mushing… donde estará rodeado de otros perros que comparten esta afición.

Lo normal es que pasen muchas horas en casa solos a la espera de nuestra llegada. Los hemos educado para que estén tranquilos y sepan esperar sin impaciencia, aunque a algunos les cuesta bastante y destrozar todo lo que se pone por delante o liarse a ladridos molestos es su principal hobby.

Es una vida rutinaria, tanto del humano como del perro, en función de los horarios laborales y escolares de los miembros familiares. Una vida placentera, sí, pero rutinaria con momentos de demasiada calma (por ejemplo, cuando los adultos se tumban en el sofá a ver la tele) y momentos estresantes (por ejemplo, los paseos entre ruidos de un tráfico estresante). Por el contrario, los “perros de pueblo”, suelen pasear por las calles solos, (más cuando los municipios son más pequeños), entran y salen de su casa sin “pedir permiso”, conviven con otros animales como gallinas, cabras, conejos o gatos, e incluso a veces se tumban a dormir en medio de la calle, por la que apenas pasa gente, y si lo hace va sin las prisas de la ciudad.

Para estos animales cruzarse con un niño que va al cole en bicicleta no significa ningún problema, y aunque pasen horas deambulando por el pueblo apenas ladran y saben perfectamente cuál es su hogar y quién su dueño. Cuando un “perro de ciudad” llega a uno de estos lugares, ahora tan codiciados por los ciudadanos, lo primero que le ocurre es que se desconcierta. Si ve a un niño en bicicleta lo normal es que se lie a ladridos y rompa la tranquilidad reinante. Si el dueño lo deja suelto, mejor que no encuentre las gallinas que tenga algún vecino. Para él son especímenes “nuevos” y correrá detrás de ellas con todas sus fuerzas.

También lo hará si ve a unos chicos jugando a la pelota contra alguna pared o con algún balón. Su primer instinto será ir en busca de lo que considera su juguete y traerlo hasta su dueño, para que se lo vuelva a lanzar.

Cuando pase la furgoneta que lleva el pan, o el pescadero venga algún día a la semana con los frutos del mar, el perro del pueblo se acercará a ver si le cae alguna recompensa, pero el de ciudad, en el mejor de los casos, correrá detrás del vehículo ladrando hasta que deje de tocar el claxon.

Adiestrador, ¿eso qué es?

Los perros de los pueblos, que nunca han visto de cerca un adiestrador, etólogo, educador canino ni nada que se le parezca, conviven con todos, y todos los vecinos, incluidos otros perros, son sus “amigos”.

Algunos perros de ciudad han aprendido a ser amigables y reprimir sus problemas de conducta tras sesiones de educación canina, y no son los más apropiados para ahora convivir “sin control” en calles o campos rurales.

Los adiestradores están acostumbrados a recibir entre sus “clientes”, y muchos viven de ellos, a perros que tienen problemas de convivencia cuando sus dueños los sacan de la zona de confort en la que pasan la mayor parte de su día y salen a la calle.

La falta de paseos y ejercicio físico acaba en comportamientos indeseables de los canes. También la falta de juegos mentales hace que nuestros perros desarrollen actitudes incluso agresivas. Aunque estas situaciones se controlen en las ciudades, cuando el perro llega al pueblo resulta difícil la adaptación lo que deriva en problemas de convivencia en el medio rural.

“Laboratorio” perfecto

Durante este verano, las casas y establecimientos rurales, donde suelen permitir alojarse con perro, han estado al completo en nuestro país gracias al turismo nacional. Un buen “laboratorio” para observar el comportamiento de las mascotas de ciudad. Y no ha faltado la polémica. En un alojamiento en Cazalla de la Sierra, en plena sierra de Sevilla, unos clientes con mascota se quejaron en la valoración del establecimiento de que “al tener varios perros sueltos por la finca es un problema si vas con uno que no sea amigable”. Es decir, que el problema no es que el perro de ciudad no sepa convivir fuera de su actividad estresante, sino que el problema es que “haya perros sueltos en el entorno rural”.

Comportamientos que todo dueño de perro de ciudad debe de tener en cuenta si se está planteando en hacer la mudanza a un bucólico pueblo de los más de 5.000 de menos de mil habitantes que hay en nuestro país de un total de 8.131 municipios.

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