Apego humano-perro, un refugio seguro para los dos
Los tenedores de perros de compañía refieren frecuentemente sentirse ligados a ellos. Además, suelen mencionar la existencia de un cuidado mutuo y que sus animales los conocen de modos que pueden resultarles difíciles de explicar. Esta percepción de afecto recíproco marca la diferencia con la tenencia de objetos. Los perros proveen proximidad, promueven sentimientos positivos como alegría, bienestar y seguridad, hacen que la gente se sienta menos sola, y propician oportunidades para desplegar cuidados y compromiso. La cercanía emocional percibida por el dueño se relaciona con el apoyo, la compañía y el amor incondicional que siente que su perro le brinda. Esto se vería reflejado en el deseo de estar cerca del perro, percibiéndolo como una figura que permanece fiel y constante frente a contingencias, brindando apoyo y consuelo en momentos de necesidad. Este sentimiento de proximidad emocional guarda relaciones con lo que en psicología se conoce como vínculo de apego, el cual se manifiesta prototípicamente en la ligazón entre madre-hijo.
Por Marcos DÍAZ, doctor en Psicología y autor del libro: “Antrozoología y la relación humano-perro”
La Teoría del Apego
Tomando aportes de diferentes campos, el psiquiatra inglés John Bowlby desarrolló en 1969 la Teoría del Apego. Esta se basa en la premisa de que los humanos —como los perros y muchos animales más— están biológicamente predispuestos a buscar y mantener contacto físico y conexión emocional con figuras selectas que se vuelven familiares, a las que se les confía protección física y psicológica. Estas figuras cumplen las funciones de base segura y refugio seguro.
Cuando un bebé comienza a gatear y caminar, utiliza las figuras de apego como una base confiable para explorar y jugar más. Si percibe un peligro o si se angustia volverá a su base segura para ser protegido. Si la figura de apego logra calmarlo, se configurará, además, como un resguardo indudable y el niño retornará a la exploración. Estos comportamientos habrían evolucionado debido a que aumentan la probabilidad de supervivencia del pequeño.
Esto sucede de manera deseable y se denomina apego seguro. Ahora bien, aún con las mejores intenciones del cuidador, puede haber fallos en este mecanismo que hagan que el apego se vuelva inseguro: sea un apego ansioso, cuando los niños son sobreprotegidos y no toleran la ausencia del cuidador, o bien un apego evitativo, cuando los niños se vuelven obligadamente autónomos por no percibir seguridad del cuidador.
Ahora bien, posteriormente, diversos autores han sostenido que los adultos también establecen vínculos de apego. Al igual que en niños, cuando la accesibilidad a esta figura se vea amenazada, se evocarán respuestas de protesta y medidas para evitar la separación; y la pérdida permanente de esa figura evocará respuestas de dolor y duelo. Una figura de apego adulta podría ser un esposo, un miembro de la familia o un amigo muy cercano. ¿Y un perro?
¿Puede un perro ser una figura de apego para un humano?
La utilización del término apego en la relación humano-perro ha dado lugar a desacuerdos y debates. Inicialmente, se cuestionó que los investigadores habían usado el término apego como sinónimo de cariño o cercanía emocional, antes que en la teoría de Bowlby, y confeccionaban cuestionarios para evaluar este afecto. Así, estas investigaciones no podían usarse para dirimir la cuestión y se vieron obligados a evaluar de manera conceptualmente sólida el apego, los estilos de apego y las funciones de base y refugio seguros.
Reformulando las investigaciones, se encontró que las diferencias entre apego ansioso y evitativo también se manifestaban en las relaciones con los perros, y que el tipo de apego hacia ellos influía en el modo en que ambos se vinculaban. Por ejemplo, quienes tenían un apego inseguro hacia sus perros tendían a considerarlos más problemáticos y a confiar menos en ellos. Otras investigaciones mostraron además que la presencia de los perros hacía que las personas tuvieran más autoconfianza, se sintieran más efectivos para alcanzar logros y tuvieran menos presión arterial frente a situaciones estresantes. De esta manera, era posible afirmar la habilidad de los perros para proveer refugio y base segura. Estos estudios aportaron evidencia sólida y consistente de que los perros podían configurarse como figuras de apego para sus custodios.
¿Y qué sucede al otro extremo de la correa?
¿Cómo puede medirse el apego del perro hacia el dueño? ¡De la misma manera que en bebés! A finales de la década ‘60, la psicóloga estadounidense Mary Ainsworth desarrolló un procedimiento llamado situación extraña para evaluar las respuestas de apego en niños de alrededor de un año de edad. Para esto, se introducía al niño y su madre en un cuarto experimental lleno de juguetes y se monitoreaban durante 20 minutos las respuestas del pequeño frente a la separación y reunión con su progenitora, quien debía seguir una serie de pasos en los que se le solicitaba salir y entrar a la habitación. Además, se incorporaba por momentos la presencia de un adulto extraño al niño y se evaluaba cómo esto influía en su comportamiento.Este procedimiento fue adaptado y aplicado para evaluar el apego que los perros desarrollan a sus dueños. Los examinadores describieron comportamientos similares a los encontrados en niños. Por ejemplo, los perros exploraban y jugaban más en presencia del dueño que del extraño, o bien, buscaban proximidad al ser separados de sus dueños, incluyendo rascar y saltar junto a la puerta de salida, mantenerse orientados hacia esta y producir vocalizaciones.
Un vínculo de apego nos une a ambos
Actualmente, la evidencia científica permite afirmar que el vínculo humano-perro puede configurarse como un vínculo de apego, y que ambos pueden configurarse como figuras de apego para el otro. A estos desarrollos se suman evidencias de respuestas clínicas de duelo en dueños frente a la pérdida del perro (siendo que la pérdida de figuras de apego produce esto) así como las respuestas neuroendocrinas, sobre todo incrementos en oxitocina (hormona ligada al amor y maternidad) tanto en humanos como en perros, al mirarse a los ojos.