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Un profesional y muchas ganas, clave para no tirar la toalla

dana CON niña

Hubo muchas dificultades, pero esta familia no se rindió cuando la situación fue difícil y al final “ganó” a su perra. Lo lógico es que todo vaya bien cuando se rescata un cachorro abandonado. Pero cuando el perro crece si se vuelve violento,  amor, paciencia y ayuda son la solución.

Por Miguel PELE

 

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Abandonada con sus dos hermanas, a las tres semanas Sonia y su familia decidieron adoptarla. Con experiencia en perros grandes (loba checoslovaca), con lactantes y casa de acogida,  entonces vivía con varios gatos. Todo iba según lo previsto y la perra crecía y se la veía feliz.
Pero con 3 o 4 meses empezó a mostrar una conducta de protección de su plato, incluso gruñía mientras comía, “por lo que comenzamos a aplicarle pautas para la protección de recursos, como darle en la mano o premios mientras comía”. Siguieron consejos de educadores y de la veterinaria, pero no mejoraba,
“No solo gruñía y sacaba los dientes, se nos había tirado en alguna ocasión al pasar cerca de su plato”, por lo que decidieron contactar con un educador. Aplicaron técnicas de calma, así que “compramos una jaula educativa para darle un lugar donde calmarse”. La familia aprendió juegos de rastreo y trabajaron con correa para controlar el saludo, pues se subía encima de cualquiera con el que se cruzara.
Pero nada funcionaba, más bien al contrario, cuando alguien se acercaba y Dana se encontraba en la jaula gruñía y lanzaba mordiscos a los pies. Esto solo era en casa y con la familia, pues en la calle y con otras personas o animales todo iba bien.
Otro educador canino les dio pautas para entender el lenguaje corporal de Dana, pero “reconducir esa conducta no era suficiente en una sesión y con la pandemia no avanzábamos”, relata Sonia.
La situación se complicaba y no estaban tranquilos, pues había empezado a perseguir a sus compañeros felinos, que “empezaban a esconderse y evitaban salir a hacer sus necesidades. Todo era un caos.”
Así ocurrió lo inevitable. Un gato pasó cerca de su plato y Dana se abalanzó sobre él y falleció a las pocas horas.
Y una noche Dana atacó a Sonia cuando abrió la puerta y le mordió en un brazo. La perra estaba descontrolada, su hija le había cogido miedo. Tras muchas consultas, encontraron una escuela con residencia para estas conductas y decidieron internarla.

“Se quedaría allí dos semanas, marcando pautas nuevas, con otros perros, y después, iríamos nosotros, pero Dana no volvería a casa hasta que no estuviera lista. Fue duro dejarla allí, pero sabíamos que estaría bien”.
Llegó el momento del reencuentro y “cuando nos la trajeron casi no la conocíamos, todo en ella era distinto y Dana daba vueltas a nuestro alrededor esperando un saludo”. Tras un paseo volvió a la residencia y luego se la dejaron el fin de semana en casa. Todo había cambiado, pues ni los gatos le temían y se acercó a olerlos.
“Nuestra hija y ella, están recuperando ese vínculo, ya no hay tensión, ni caos, ni miedo, ahora hay juego, mimos, paseos, risas y amor perruno”. Siguen trabajando en su educación ya que no se rindió cuando esta adopción no salió como pensaba, porque “con ayuda, con buenos profesionales y con ganas, todo es posible”, concluye Sonia.

(Página 33)

De la perrera a casa

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