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Cañada Real, ni un perro sin control

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Son las once de la mañana de un martes cualquiera. Al sector 6 de la Cañada Real de Madrid, el más deprimido con unas seis mil personas viviendo entre ruinas y chabolas, llegan Isabel, Cristina, Sonia y Benito, del proyecto Cañada. Su objetivo: controlar a los perros, dar apoyo sanitario y rescatar a los que estén en situación paupérrima. Junto a varios vehículos del programa antidroga, montan una pequeña mesa donde colocan vacunas, tarjetas sanitarias, microchips, pastillas de desparasitación, medicinas… es el “vete-móvil” y a esperar “a los clientes”.

Por E. IGLESIAS

El primero en llegar es Rafael. Le acompaña su hijo Rafa de cuatro años con un cachorro de galgo debajo de cada sobaco. Rafa no oye desde que nació, pero entiende muy bien todo lo que se cuece. Me enseña a Fiona, una perrita de color barquillo que tiene poco más de un mes y que tiembla de frío. Me hace gestos para que la acaricie y posa con ella para la cámara. La mete en la furgoneta de su padre y espera que Benito, el veterinario, le dé indicaciones. Isabel prepara la cartilla sanitaria con los datos del dueño, el peque la trae y la coloca sobre la mesa. No deja que nadie la coja, teme que se la lleven. El veterinario le pone la primera vacuna que le corresponde, la perrita llora y quiere saltar de la mesa. Cristina la coge entre sus brazos y Rafa no le quita ojo. 

El padre también trae otra galguita de la misma camada. Es para su cuñado. Rafa coge a las dos y me empuja para que le haga fotos. Ya han llegado más niños, del mismo tamaño que Rafa. Uno de ellos, Álex es el “dueño” de la otra galguita, Malu, ésta de color blanco con manchas barquillo. Se repite la misma operación, pero ahora los niños se empujan por poner el sello en la cartilla veterinaria. Ninguno va al colegio, se crían en la calle y, entre desparasitación y vacuna, se acercan a la autocaravana de la Comunidad ubicada en el punto de ayuda a los drogodependientes y cogen un vaso con leche caliente con cacao. Vuelven rápidamente al tenderete del veterinario, y se llevan a sus galgas. Rafa, también un pequeño saco de pienso.

Una de las furgonetas de la Comunidad de Madrid con unos cuantos vecinos de este sector se pone en marcha en dirección a una oficina de la Policía Nacional para hacerse los DNI. Uno de ellos deja a los integrantes de esta asociación una pequeña perrita para que la reconozcan y desparasiten. El veterinario comprueba que no tiene “gusanos” en el recto, era uno de los riesgos, y le pone su pipeta.

Otro vecino, familiar del veterinario, trae una perra de cinco años que nunca ha sido tratada. Nueva cartilla, fechas aproximadas, más vacunas, pastillas y la insistencia de que debe esterilizarla. No se muestra muy a favor. Más bien indica sus ganas de cruzarla.

En medio aparece un chico con una perrita que no pesará más de kilo y medio y ya tiene un año. Viene a por la vacuna. Le indican que en la próxima visita la tendrán que llevar a esterilizarla, se hace el sueco, “es que hay un macho como ella de pequeña, es idéntico, los quiero cruzar”, le hablan, le indican que es muy peligroso por el diminuto tamaño, que hay mucho riesgo de que los cachorros colapsen y nazcan todos muertos y ella también podría morir. No responde, se despide hasta el martes próximo.

Desde abajo viene un chico con una cazadora negra en la que asoma una cabecita de una perrita negra que apenas se distingue. Le pregunta por su dueña, es una tal Sara a quien excusa “no ha podido subir, está con la niña”. Pero el equipo es tajante: solo atendemos a los perros con sus dueños: “Dile a Sara que venga ella, que no mande a nadie y ya vemos a la perra”. No le sienta muy bien, insiste, pero al ver que no hay forma, se vuelve hacia la “casa” de Sara. Eso sí, girándose varias veces hacia el “vete-móvil” y lanzando improperios que por la distancia ya no se oyen. 

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Ahora viene una “colaboradora” del equipo, Trini, una señora que les ayuda a recoger animales en condiciones desastrosas. Ella tiene un macho PPP y una cachorrita de Husky. Los ha dejado en su casa: les dice que ya no tiene pienso para ellos. No le toca ninguna vacuna, vuelve a su casa a esperar que le acerquen un gran saco de pienso que la protectora le regalará, “porque los tiene bien cuidados, es de los pocos que no está atado con una cadena y que vive en caseta”. 

Vuelve Rafael ya sin su hijo, pero esta vez con dos galgas preciosas, madre e hija. La mayor, ya no le hace el papel que quería y pide que se la lleven. Le hacen fotos y vídeos para publicarla a la búsqueda de una familia adoptante. Mientras tanto se sigue quedando con Rafael. “Él los cuida bien, están sanos y fuertes, les da de comer y los ejercita”. 

Un perro negro, grande pulula sin parar junto al “vete-móvil”. “Es de los que tiene dueño y lo dejan siempre por la calle, nosotros insistimos que los tienen que cuidar, y si vemos que no lo hacen no le damos pienso ni nada”. Se acabó la consulta, pero Isabel aún tiene varias misiones que realizar. Primero va hasta la casa de la “colaboradora” a entregarle su saco de pienso. Allí vemos a sus dos perros que están en un recinto vallado. Se ponen como locos de contentos al ser acariciados, pero más contenta está Trini saltando de alegría por su gran saco de pienso. 

Recorremos el Sector 6 y vamos de sorpresa en sorpresa: en una casa donde hay tres perros sale una señora, Petra, y nos cuenta que se han llevado a su marido. En la redada de febrero contra una banda organizada que robaba coches de alta gama lo pillaron y como estaba en busca y captura por una condena de cuatro años acabó en Soto del Real. 

Seguimos la ruta dirección hacia la planta de Valdemingómez. El final es la zona de los marroquíes. De repente, Isabel para el coche en seco. Una casa ha desaparecido y en su lugar hay ruinas y unas placas de yeso envueltas en cartones que en menos de un día se han convertido en una nave. La matriarca, Carmen, nos cuenta que le tiraron la casa porque los acusaban de robar coches y una niña de unos trece años relata que los consideran una “banda organizada” y hace el gesto con las manos de las comillas. En esta zona todas las casas o parcelas tienen un PPP que utilizan para defensa. Viven bajo el cielo atados a potentes cadenas. No hay forma de que los suelten, están convencidos de que tiene que ser así. La protectora, les pregunta, les lleva vacunas, y les insiste para que los legalicen, pero es difícil la labor. 

Volvemos al coche y ahora vamos dirección Rivas. Es la zona de los rumanos. Aquí deambulan los perros por la calle. No hay problema, todos los que nos cruzamos son conocidos de Isabel y están tratados más o menos, incluso un buen número, esterilizados. Nos metemos en un rincón, que hace pocos días ardió por un cortocicuito. En una de las infraviviendas entramos y hay nada menos que cuatro perros dentro en perfecto estado, todos con su chip y vacunados. Es la hora de comer y los canes comparten el pollo de sus dueños. 

El alma de la familia, Vasilica, me enseña una pitbull de menos de dos meses, Ausi, algo miedosa con los extraños pero muy juguetona. Es su última adquisición. Se la encontró tirada con extrema delgadez, a punto de morir. La consiguieron recuperar y salta y juega entre mis pies. Otro pitbull, este grande, Suso, se me acerca y busca el cariño. Se pasea entre mis piernas y se revuelca. Una mestiza, Negrucha, salta desde el sofá o cama, no sé bien lo que era, y ladra a borbotones para que le hagamos caso. Está gordita. En un rincón hay una enroscada tipo Happy, Spike, hasta que no le dices nada no se mueve, pero está feliz. Quedan para el siguiente martes, para renovar vacunas y desparasitar. Fue la última visita de una mañana rutinaria del martes que el grupo “proyecto cañada” hace regularmente desde hace una año.

En este tiempo han conseguido que les cediesen alrededor de 50 perros que no estaban muy bien cuidados, y les han encontrado una familia adoptiva. Han esterilizado casi un centenar lo que ha evitado muchas camadas ilegales y, por consiguiente, muchas muertes ya que “muchas crías nacen muertas, no hay condiciones. La mayoría quiere criar porque consiguen dinero, es una fuente de ingresos, pero van entrando y, poco a poco, vamos castrando, y trabajando por el control animal”. 

Aquí hay mucho PPP para guarda, y, por ahora, nosotros no hemos visto que los usen para peleas, nunca nos llegó alguno con grandes heridas, que no quiere decir que no haya. El principal hándicap es que viven fuera, atados. Y también hay mucho galgo, porque aquí en la Cañada el galgo les da “estatus”, los sacan a ver cuál corre más, el problema viene cuando ya dejan de correr, los dejan por ahí. Los estamos mentalizando de que no lo hagan, y nos lo entreguen en busca de familias”, matiza Isabel

 

Los martes, "vete-móvil" de "Proyecto Cañada"

Isabel Sanz, vicepresidenta de Proyecto Cañada, es el alma mater del trabajo de campo. El objetivo es “ayudar a las personas que tienen animales, a que los tengan bien, concienciarlos, lo que termina en la salud de los perros”, indica a LADRIDOS.

También “dan salida a perros que están en malas condiciones o quieren desprenderse de ellos. Los llevamos a casas de acogida, o a residencias hasta su adopción. El año pasado se dieron en adopción unos 50 perros”, matiza. “Hay una mortalidad altísima de cachorros, mueren camadas enteras. Hasta que no hemos venido los perros no tenían ni una vacuna, mueren por enfermedades como parvovirus; ahora empiezan a estar atendidos, desde que todos los martes montamos el ‘vete-móvil’”.

Se puede colaborar y ayudar a Proyecto Cañada a través de un euro al mes en el “teaming”: Teaming de Proyecto Cañada; apadrinando a un perro que espere adopción o haciéndose socio. Se conecta con ellos en el mail proyectocanadareal@gmail o en su facebook:Facebook Proyecto Cañada; Y para donaciones, en la cuenta: ES13 0128 5464 7401 0000 1094.

 

Más de 2.000 perros

En el Sector 6 de la Cañada Real, Galiana el más largo, 6,7 km, y el más conflictivo muy vinculado a la venta de droga y a las bandas organizadas de robo de coches de alta gama, hay viviendo entre 5.000 y 6.000 personas, según distintas organizaciones humanitarias que allí intervienen, muy lejos de las 2.953 censadas oficialmente por el Comisionado de la Cañada Real.

Este volumen de gente, asentados en grupos de gitanos, marroquíes o rumanos, están integrados en 1.915 grupos de familias oficialmente, aunque se estima que pueden a los 2.300. En cada uno de los “hogares”, ya sea contrucción, chabola o infravivienda hay como mínimo un perro, sobre todo en la zona de los residentes de etnia gitana, lo que lleva a estimar que puede haber más de 2.000 perros, de los que un 70% no tiene ni chip ni ningún tipo de identificación y sus condiciones de salud animal pueden dejar mucho que desear. Las razas de los canes de la Cañada Real no es muy variada.

Un alto porcentaje es de perros de raza potencialmente peligrosa, PPP, sobre todo pitbull o american stanford terrier, y son utlizados como guardia o protección. Otra raza que predomina, por lo menos mientras que son jóvenes, son los galgos, perros que otorgan cierto “estatus” a la familia que lo tiene. Lo cruces y las crías están a la orden del día en este sector.

Muchos propietarios no quieren esterilizar a su perra porque si consiguen que tengan “buenas crías” es una fuente de ingresos extra para unas familias que dependen del trapicheo o de venta de droga en puntos que la Policía desmantela constantemente, con derrumbe de las casas incluidas, y ellos vuelven a levantar con la misma rapidez.

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