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Así es la leyenda del rabo del perro de san Roque

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El famoso rabo del perro de San Roque no era de un animal, sino de una talla de madera que acompañaba al santo en la ermita que posteriormente daría nombre a esta localidad gaditana. Una leyenda de la que los sanroqueños se sienten orgullosos al difundir su nombre por toda España. Con las raspaduras del rabo del animal, el eremita preparaba una pócima que vendía a los peregrinos que acudían al santo en busca de sanación 

Por Miguel PELE

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Junto a la antigua ermita de san Roque, hoy convertida en la iglesia de santa María la Coronada, tras la pérdida de Gibraltar en la guerra de Secesión a comienzos del siglo XVIII los gibraltareños se asentaron y tomaron como nombre de su nuevo pueblo el del santo de la ermita. En aquella época había muchas epidemias y la gente acudía al allí a pedir la sanación.
El ermitaño o guardasantero permitió primero a las mujeres que pasaran las manos por la llaga de la imagen del santo, luego ya la pasaba todo el mundo, lo que hizo que la talla de madera se deteriorara. Ante tanta afluencia de peregrinos el santón creó una medicina en la que se incluían unas raspaduras del rabo de la talla de madera del perro que estaba junto al santo junto con otros ingredientes y que vendía a los peregrinos que se acercaban en busca de curación.
Por pura creencia en los milagros del santo o tal vez por el efecto de la pócima, lo cierto es que muchos lograban mejoría, por lo que el ermitaño siguió vendiendo su famosa medicina. Mientras, el párroco se quejó del estado de la talla a sus superiores y en una visita, al abrir una ventana para ventilar la ermita, se cayó un jarrón que tapaba al perro y descubrieron que le faltaba la cola y por lo que despidieron al cuidador de la ermita.

La leyenda
Así apareció en el pueblo la canción de que “el perro de san Roque no tiene rabo porque el guardasantero se lo ha cortado o lo ha raspado”. Esto se convirtió en leyenda, aunque el que le cortó el rabo no se llamaba ni Ramón ni Román Ramírez sino José Antonio, persona muy dada a la bebida. Al ser una leyenda de tradición oral que pasó de padres a hijos hay diversas versiones sobre sobre ella, incluso en otros lugares de España.
El perro, al que llamaron Melampo no tiene raza determinada, es más, hay estatuas con diferentes perros, y era el que llevaba el pan a su dueño. Así cuando se hablaba de la localidad de San Roque, para no repetir siempre ese nombre, en ocasiones se sustituía por la “ciudad del perro”, algo que está muy arraigado entre los sanroqueños.

Cuatro estatuas
La talla original fue destruida por los franceses en la Guerra de la Independencia. En la localidad hay varias estatuas del santo y su perro. Una de ellas fue donada en 1833 por el capitán Juan Rojas para la nueva ermita, construida en 1801 en otro lugar del pueblo. En la iglesia, dedicada como en su origen en Gibraltar a Santa María la Coronada, hay dos, una de ellas de 1740 en el altar mayor y otra en la parte alta de la fachada principal. Finalmente, hay un monumento de finales del siglo XX en una rotonda en el acceso este a la ciudad, según relata Antonio Pérez, cronista de San Roque.

Turistas por San Roque
Si bien la oferta más conocida está relacionada con el golf y la vela, también se incluye la histórica y cultural, con sus museos y su casco histórico, nos cuenta Carlos Jordan, coordinador de turismo de San Roque. Desde este departamento abren un gran abanico de posibilidades con actividades para niños, naturaleza, religiosas… Dentro de estas últimas, en las visitas guiadas suelen preguntar por la estatua de san Roque y el perro. Hay una en el altar principal de la iglesia de Santa María la Coronada, otra en la nueva ermita de san Roque, que es la que se saca en procesión y la tercera, más moderna, en una rotonda de acceso a la localidad. Turistas españoles, también de fuera y algunos peregrinos inician el camino de Santiago en la llamada Vía Serrana, que enlaza con la Vía de la Plata.

Los datos
XVIII siglo en el que los gibraltareños exiliados se asentaron en San Roque
1740 año de la talla más antigua de la iglesia de santa María la Coronada

 

(Páginas 12 y 13)

 

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