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La aventura de adoptar un gato, o dos

gatos

Rescatar un gatito no solo debe de ser una decisión responsable y meditada, puesto que el peque nos acompañará años, a veces también es una odisea. El 40,5% de los gatos que llegan a un refugio acaban siendo adoptados, mientras que un 15,4% permanecerá allí toda su vida. El 13.5% fallece o es sacrificado por causas médicas. Lo cierto es que los gatos no necesitan salir a pasear como los perros, lo que puede constituir, por seguridad, una ventaja para el animal. Sin embargo, nada les estimula más que el exterior. De ahí que, con paciencia y a partir de determinada edad, sea algo a considerar y que hay que evitar si el gato sufre de epilepsia, es ciego o sordo o sufre leucemia felina.

Por Almudena NEGRO

Lo cierto es que desde muy joven tuve perro. De todas las razas y tamaños. Lo que no había tenido nunca era un gato. Hasta que llegó Horus. Hoy tiene cinco años y es un gato-gato, chulo y elegante cual madrileño de Chamberí, a la par que muy cariñoso y juguetón. Mientras escribo estas líneas está tumbado sesteando en el sofá junto a mí. ¿Quién dijo que los gatos no son animales sociables? Horus ha convivido con perros, se lleva bien con los niños y es un gato tan simpático que saluda al vecino por la ventana de la cocina. De la cocina del vecino. Porque a veces sale a la urbanización. Con su collar, su chip, sus vacunas y sus desparasitaciones internas y externas.
Como nuestra perrita Lucía falleció de viejecita hace unos meses, algo que Horus sintió infinito –la estuvo buscando por la casa durante semanas-, nos planteamos adoptar a una gatita. En julio comenzó la aventura. Tuvimos mala suerte, porque la estupenda asociación de Gatos Lechuzos de Loeches nos ofreció a una pequeñaja tricolor callejera de poco más de un mes, que nos entregarían en septiembre pero que, sin embargo, no logró sobrevivir al verano.
Proseguimos con la búsqueda. Lo intentamos con una protectora de Madrid a través de la app “Miwuki Pet Shelter”. Habíamos elegido a una peque, pero surgió la sorprendente pregunta: ¿Vivís en un chalé? Pues sí. “Entonces no hay adopción, porque a ver si el gato va a salir a la calle; nuestra filosofía es denegar la adopción a los que viven en chalé”. Como lo leen. Allí se quedó la gatita. No sé si alguien la ha adoptado.

 

 Pasadas unas semanas, la aventura de adoptar nos condujo hasta el CICAM más cercano a casa, que es el de Las Rozas. Como en ese momento no había gatitas, nos volvimos a casa con el compromiso por su parte de que nos avisarían cuando llegara una. Para gran alegría nuestra, esa misma tarde, sábado, sonó el teléfono. El voluntario que nos había atendido, nos informó que había una gatita disponible y nos invitó a volver al día siguiente, domingo a verla. Así lo hicimos. Nos atendió una mujer quien, después de mirarnos de arriba abajo, como si compareciéramos ante un tribunal y poniendo evidente cara de disgusto a saber por qué, nos invitó a rellenar un formulario absurdo, casi tan completo como si fuéramos a adoptar a un niño. Y llegó la pregunta: ¿vivís en chalé? ¿Estás dispuesto a poner rejas en las ventanas para evitar que el gato salga a la calle? Pues mire usted, cuando quiera adoptar a un gato presidiario, les aviso. ¿Quién redacta los formularios? En la España de la burocracia, ¿cómo es que no hay un modelo único y con sentido común? No quedó ahí la cosa, después de enseñarnos a la gatita, nos dijeron que si la queríamos nos teníamos que llevar también a su hermanito. Vamos, que o adoptábamos a dos o a ninguno. Evidentemente, nos fuimos y les dijimos que no nos volvieran a llamar.

  

En el trayecto de vuelta a casa, disgustados y ya casi habiendo desistido, decidimos acercarnos al CICAM de Majadahonda, mucho menos moderno que el de Las Rozas. Para llegar hay que tener casi un todoterreno, a ver si lo arregla, señor Garrido. Un acierto. Nos recibieron unas voluntarias simpatiquísimas. No nos preguntaron si víviamos en chalé, sino si sabíamos cómo cuidar al gato. Les hablamos de Horus, y hasta les enseñamos la cuenta que él, sí él, tiene en Instagram. Ese fue el día en que vimos a Mixta y a Dexter. Al CICAM había llegado una camada de cinco gatitos abandonados y en mal estado. Los más debiluchos eran la hembra, tricolor, y un machito blanco y negro. Qué quieren que les diga. Nos enamoramos. Mixta ya tenía casa. Pero no lo pudimos evitar. Vimos a Dexter, con su conjuntivis pero sus ganas de vivir, y sin que nadie nos chantajeara para llevarnos a dos, decidimos que, cuando la veterinaria estimase oportuno, vendrían a vivir con nosotros ambos hermanos. Rellenamos formularios lógicos. Hoy ya están en su espacio en casa. Juguetes, comedero, camita, arenero... Horus feliz. El primer año no saldrán a la calle. Luego, intentaremos que sean gatos tan felices como él. Hasta que llegaron a casa, los fuimos a visitar todas las semanas. Gracias, por su estupenda gestión, a los maravillosos voluntarios de Majadahonda. Nos han hecho muy felices a todos.
La ley 4/2016, de 22 de julio, de Protección de los Animales de Compañía de la Comunidad de Madrid, tiene entre sus objetivos principales fomentar la adopción. Está claro que unos cumplen, otros anteponen su ceguera ideológica, casi religiosa.

Ceguera ideológica

 Miles de gatos (y perros) abandonados vagan por las calles de España anualmente. No pocos mueren atropellados en carretera, metidos en el motor de un coche, o de hambre y frío. En 2017, según el Estudio de Affinity 2018, se recogieron 33.473 gatos, lo que supone una media de 7 gatos por cada 10.000 habitantes. Y, sin embargo, hay protectoras de animales que hacen casi imposible la adopción de estos animales cuando una familia decide acogerlos. Anteponen la ceguera ideológica, casi fanatismo religioso, al bienestar de los animales a los que dicen querer proteger. Es algo que el legislador debería de replantearse.

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